lunes, 12 de enero de 2009

Una mano ... sólo una mano

¿Por qué nos cuesta tanto pedirlo?

Es más ... ¿por qué nos cuesta tanto siquiera amagar con darla?.

No sé a vosotros, pero a mí francamente muchas veces me hace falta. No digo ya un abrazo o una palabra cariñosa, sino simplemente una mano que te acaricie, o que te golpee suavemente en la espalda o el hombro, o que estreche la tuya con sinceridad.

Esas tardes cuando estás viendo llover. O esas noches frías de invierno, cuando acurrucado en el sofá miras esa estúpida pantalla de imágenes. O un día cualquiera, a cualquier hora.

Porque la vida es muy corta y pasa muy deprisa. Porque a todos nos gusta sentirnos queridos. Porque lo necesitamos, o precisamente porque no lo necesitamos en ese preciso momento. Porque si en este mundo no aprovechamos la oportunidad que nos brinda una mano amiga, ese universo por descubrir que se esconde tras ese brazo tendido, no sé dónde vamos a llegar. Porque somos humanos, divinamente humanos y necesitamos (necesito) de otras personas que me complemente y me hagan sentir como una persona.

Si no puedo tener a nadie que me tienda una mano ... ¿qué podré poner en mi epitafio que merezca la pena?

Nada.

Ojalá hoy alguien te haya dirigido esa palabra cariñosa, o te haya sonreído al pasar. Quiera Dios que hayas podido sentir esa sensación de bienestar que sólo una noche con los amigos te puede proporcionar, y como no, el incomparable goce de haberle dado un beso a tus padres sin ningún motivo especial. Estar junto a tu pareja, simplemente abrazado, y verla dormir acurrucada en tu pecho.

Si, una mano.

Una mano que nos dice que somos queridos, tales y como fuimos concebidos y como somos hoy en día, y que a nuestro alrededor hay mucha gente a la que le importamos.

Que no se nos olvide nunca cuando estrechamos la mano de alguien a quien conocemos, puesto que sólo con ese gesto podemos redimir a ese otro yo al que todavía no hemos descubierto.



Saludos, hermano. Aquí tienes mi mano.